lunes, 12 de marzo de 2018

Brecha generacional





Ella es distinta y doy gracias por ello.

Es pequeña aún pero adivino miradas que yo nunca tuve a su edad y las ensayo a solas frente al espejo.

Yo titubeo con ciertas palabras a las que no estoy acostumbrada y ella me pone las sílabas en su sitio sin dudar, aunque luego me pregunte por la raíz de alguna otra y me deje explicarme largo y tendido, enredándome en mi pseudo-sabiduría.

Se mira al espejo con disgusto, no sabe que con el tiempo podrá mirarse como hago yo, con pasión y deseo cuando atisbo mi cadera. 

Se le arruga la nariz cuando defiende el derecho a elegir la pansexualidad y yo abro mucho los ojos porque eso no lo había oído antes y entiendo que su realidad ya es otra.

A veces usa mis expresiones y me aterra imaginar que pueda hacerlas suyas. Quiero salvarla del miedo, de las inseguridades y de la posibilidad de dejarse aplastar por un mal de amores pero entonces expone con rotundidad por qué no quiere tener hijos y me sorprendo aplaudiéndola por dentro.

Ella es mi realidad aumentada y la evidencia de mis errores más comunes, cómo hablo, cómo afronto las dificultades o cómo pierdo los papeles en ocasiones. Ella simplifica la vida comiendo chocolate mientras yo la lloro con el corazón desgarrado.

Poco a poco hemos retomado los abrazos o las miradas cómplices y me descubro desdibujando un pasado que me ha perseguido demasiado tiempo porque el presente que ella trae a casa cada día es infinitamente más interesante.

Gracias, hija.