domingo, 18 de marzo de 2018

A la vuelta de la cuarta estación




En esta foto estaba haciendo unos de los últimos viajes cargada de cosas antes del Gran Camión y mi fiel coche decía fin después de 17 años de servicio impagable.
Hace casi ocho meses que llegamos a la nueva casa.

Un poco después terminaba un largo y difícil camino para vender la anterior, lleno de finales, de verdades, de abogados, de malabares que parecían imposibles (y se lograron) y de cajas de cartón usadas por amigxs que también se mudaron.

Me permití llorar (mucho) y me sumergí en el mar (mucho también).




A la vuelta de la cuarta estación las pardelas han regresado y en una semana volveremos a cambiar la hora. También yo he cambiado. Todxs lo hemos hecho, o eso me parece.

Vuelve a repetirse la estación donde se precipitaron los cambios planeados y los imprevistos, cuando pusimos el mundo patas arriba buscando un lugar al que pertenecer. Cuando supe que el suelo había desaparecido y había que volar para sobrevivir

Casi ocho meses llenos de adolescentes que vuelven a abrazar, de nuevas rutinas llenas de besos con sabor a chocolate y de la luz que entra por las ventanas en esta tierra más al sur que ninguna otra en la que haya vivido antes.

Aquí el aire huele como si no hubiera nadie manipulando las nubes. Es fresco y transparente, aunque a veces llueva tanto que parezca que las casas van a convertirse en navíos.

He vivido una actividad frenética, primero cumpliendo con los proyectos con los que estaba comprometida y luego inventándome otros autoplaceres donde no tenía que quedarme esperando.

Mi cama siempre está llena. Se ha convertido en el centro neurálgico de la noche. A ella van a parar gatas y niñxs indistintamente en una competencia dulce y compartida por acurrucarse cerca de mi.

Creo que intuyen mi necesidad de piel y de verdad, me entrego a ellxs porque se me ocurre que este colecho tardío será uno de recuerdos felices que nos llevaremos, junto a las primeras pizzas en esta casa nueva y el azul infinito del mar que vemos por todas las ventanas.
No dudo de que aunque ahora seamos 5 seres apretujados peleando por un gran edredón, habrá tiempo y espacio para otros lechos compartidos de otras maneras.

Aún quedan cajas sin abrir, cortinas por poner y un estudio que está más en mi cabeza que en la habitación que elegí para este fin. Sin embargo, saboreamos la comida con deleite y en la mesa del salón puedo dibujar con vistas al mar, casi como antes, pero mejor.

Cuando se me ocurre pensar que no he hecho nada o que me he equivocado, me basta parar un momento a recordar estos últimos ocho meses para tener la certeza de que estoy aquí, de que yo soy alguien y de que sí puedo hacerlo.

Gracias a ese puñado de personas que transitan mi vida y que me permiten abordarlas con mis locuras e intermitencias, comprendo mejor ahora mi manera un tanto distópica de soñar unos tiempos de reloj que en realidad no existen.

Soy más consciente que nunca de que no puedo con todo pero es normal que crea que sí porque los milagros se sucedieron uno detrás de otro en los últimos ocho meses y me incito a Confiar ¡coño! en mi capacidad de ser y de amar y que venga lo que tenga que venir.

Merece la pena soñarlo.



Del pasado me quedo con lo que me hizo feliz, el resto a tomar por culo.

Chimpún.